Cuando la crisis del SIDA empezó en los años 80, fue vista simplemente como eso, como una crisis masiva de salud que exigía atención inmediata. Con la llegada de sofisticadas drogas retro-virales y programas educativos que han incrementado substancialmente el tiempo de vida de quienes están infectados con la enfermedad y reducido su propagación, la inmediatez de la epidemia se ha disipado de la opinión pública.
En África, sin embargo, la situación no podía ser más diferente. El SIDA continúa propagándose y matando a un ritmo devastador. Los Estados Unidos y otras naciones occidentales han prometido aumentar la ayuda y el trabajo con los gobiernos africanos para combatir esta plaga del siglo 21.
No obstante, esta ayuda suele estar sujeta a condiciones, o viene de la mano de organizaciones religiosas o políticas que la usan como una oportunidad para promocionar sus propias agendas. Mientras los retro-virus han tenido un impacto tremendo en la longevidad de los pacientes con SIDA en Occidente, su costo, para todos los africanos-excepto los más ricos- es exorbitantemente alto, y las compañías farmacéuticas han resistido las peticiones para autorizar versiones genéricas más baratas por temor a disminuir su ganancias por derechos de patente (propiedad intelectual).
¿Cual es el papel-y que obligaciones tienen-los Estados Unidos y otras naciones ricas para ayudar a África a combatir esta terrible enfermedad? ¿Una organización que vea esta epidemia como una oportunidad para hacer proselitismo esta ayudando o perjudicando la lucha contra el SIDA? ¿Es justo que las compañías farmacéuticas se preocupen más por sus márgenes de ganancia cuando el costo humano que el SIDA ha cobrado es tan alto?
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